jueves, 24 de junio de 2010

I ruta de las fortalezas

Todo se remite a la tarde del 16 de Abril y al día siguiente.

A eso de las 19 horas llegábamos en autobús a Cartagena para recoger nuestros dorsales y las bolsitas con objetos de recuerdo de la prueba. El día no pintaba muy bien; esa misma mañana había llovido en Murcia y allí, en Cartagena, por lo que en la mochila llevábamos dos paraguas.

La lluvia no amenazaba directamente la carrera pero si los participantes, pues en caso de lluvias se ausentarían muchas personas.

Al llegar a Cartagena el sol “picaba” demasiado, señal de que iba a caer una tromba de agua. Las nubes negras se acercaban peligrosamente, pero nosotros, adversos a tal situación fuimos a la plaza de atrás del ayuntamiento a recoger dichas bolsas. El ambiente era bueno, había unos militares que te enseñaban nudos marineros, casetas para recogida de dorsales, otras para la recogida de camisetas y obsequios, fortachim (la mascota) dando vueltas, etc. Después de localizar nuestra caseta correspondiente, nos ponemos en cola y en 5-10 min ya estamos atendidos, y con dorsal en mano nos vamos a la otra caseta para recoger la bolsa roja. Allí nos entregan una cartilla (para que vayan sellándola el día de la carrera en ciertos puntos de control,) así como una camiseta, una pulsera, una gorra, unas pegatinas y algo de publicidad en panfletos. Después de recoger la bolsa, nos fuimos hacia el castillo de la concepción, para tener más o menos controlada la subida el día de la carrera. Fue encontrar la subida y empezar a chispear. De camino le contaba a Pablo que arriba había pavos reales en libertad, y me parece a mí que él no se lo llegó a creer del todo, hasta que, llegando arriba, se empiezan a oír unos ruidos y poco más tarde vemos a un par de ellos por allí, merodeando la zona. Al llegar arriba vemos que tampoco era nada del otro mundo la subida, asique con forme subimos, bajamos. Intento llamar para que nos recojan (intento, porque el móvil daba fallos) y finalmente nos vamos a casa. Después de unas partidas al ping-pon subimos para cenar rica pizza y después nos quedamos hasta la 1 de la mañana en el ordenador y viendo la tele.

Nos acostamos y nos despedimos hasta las 06.20 de la mañana, que nos sonará la alarma. A esa hora no suele apetecer levantarse, pero ese día nos levantamos con mucha ilusión, y con frio, en parte, por los nervios. Desayunamos tranquilamente un vaso de leche con bizcocho y un donuts y rápidamente nos vestimos. Nos ponemos los dorsales, y al coche, con todo preparado (cartilla, DNI, dorsal,…). Salimos sobre las 7 y 10 de mi casa hacia el centro de Cartagena. Nos dejan en la plaza Juan XXIII y nos dirigimos hacia la plaza del ayuntamiento, donde será la salida a las 08.00. Por el camino, aparte de muchos nervios, mucha gente, cada vez más y más gente en la misma dirección. Al llegar a la plaza héroes de Cavite (la del ayuntamiento) tienen montado un dispositivo espectacular por parte de los militares en el que es imposible entrar a dicha plaza sin ser sellado (imprescindible para correr la carrera). Amablemente nos ponen el primer sello en la plaza y una vez dentro buscamos un espacio para ponernos a calentar. En ese mismo sitio empezaríamos la carrera. Se acerca la hora de la salida y dos coches escoltados llegan, en uno de ellos se baja la alcaldesa de Cartagena y en otro, altos cargos militares. La alcaldesa rogó un minuto de silencio por los fallecidos en Haití la pasada noche y a continuación, acto seguido del levantamiento de bandera, dieron el cañonazo de salida. Se paso en pocos segundos de haber un murmullo general a un silencio que duró poco tiempo. Quizás por los nervios, o quizás por casualidad. El caso es que Pablo y yo nos vimos en una posición un tanto retirada de la cabeza de carrera puesto que la relación de participantes juveniles era menor que la de categoría absoluta y estos empezaron la carrera andando (normal, tenían 50 km por delante). Intentamos avanzar corriendo pero era casi imposible, estábamos comprimidos. Al salir de la plaza empezamos a correr, ritmo suave para no tener sustos. Nos quedaba toda la carrera por delante.

El ambiente era muy juerguista, la gente poco a poco se iba haciendo sus grupos mientras Pablo y yo intentábamos acercarnos lo máximo al principio de la carrera con el objetivo de ir mirando posibles competentes en nuestra categoría. Encontramos un par de ellos que no tardamos mucho en pasar. La cola de la carrera era muy larga, cuando mirabas para atrás se te perdía la vista en la curva más próxima sin saber donde acababa. Pronto empezó la primera subida, suave pero subida, hacia las baterías de San Leandro, San Isidro, Santa Florentina y Santa Ana. Mantenemos el ritmo, pues estamos “frescos”. Al coronar la pequeña colina, sin abandonar en ningún momento las vistas a nuestra derecha de toda Cartagena, empezamos una ligera bajada que pasaría por la playa de Cala Cortina para acceder directamente al camino que subiría al San Julián. Antes de empezar la subida, los militares pasaban de vez en cuando con coches y ambulancias para vigilar y aun así, en el principio del camino tenían un quad de rescate para cualquier hecho inoportuno en la subida.

Nada más comenzar a subir, dejamos de correr y mantenemos un ritmo alto pero andando pues no podíamos fundirnos por intentar ganar posiciones. La carrera no se ganaba en ese lugar, dependía de un conjunto. Aun así, íbamos ganando posiciones lentamente. En cuanto llegábamos a un repecho, acelerábamos el ritmo y empezábamos a correr, siempre con cabeza. Llega el primer punto de control, nos dan botellines de agua y plátanos, y a la salida del avituallamiento, un militar me para y me dice que qué edad tengo. Un poco confuso y cabreado por parar y volver atrás le digo que 17 y me dice que continúe. En ese momento no lo vi bien, pero por otro lado, hay que reconocer que se preocuparon del más mínimo detalle.

Continuamos en la subida, donde conforme avanzamos, una nube de niebla se nos iba echando encima. Al principio no parecía nada importante, pero llego un punto en el que no se veían los corredores que iban 20 metros más adelante. Al principio no supuso ningún problema, pero en los últimos metros, empezaron a bajar los más fuertes, que habían coronado ya la cima, y entre que bajaban corriendo y la niebla, más de uno se llevó un susto. Ahora cambiaba nuestro objetivo, y era mirar en los participantes que bajaban, cada dorsal, uno a uno, buscando de nuevo competentes. Y así encontramos a dos o tres, según Pablo. Yo no vi a ninguno, pues bajaban rápido y no podías despistarte un momento. Bañados en sudor y mirando siempre hacia el horizonte con deseo de ver la cima, llegamos a esta. Nos habíamos plantado arriba en unos 40 minutos desde la subida, y en total llevábamos unos 50 minutos de carrera, creo recordar. De esta manera nos plantábamos arriba, habiendo recorrido 7 kilómetros de la carrera. Lo peor había pasado. No teníamos síntomas de cansancio ni de dolores musculares por lo que sin perder tiempo, sacamos la cartilla, la sellan los militares y empezamos el descenso. Era fundamental bajar rápido pero conservando, a la vez que recuperando, fuerzas para la siguiente ascensión al castillo de la Concepción.

Empezamos a bajar a un ritmo normal, dejando que las piernas nos llevasen, pero pronto empezamos a subir el ritmo y las piernas empiezan a trabajar bastante. El camino era de forma zigzagueada por lo que permitía ver los participantes de la cola de carrera. Era impresionante, pues era una marea de gente, en la que, los más conservadores iban por las baterías, y los más fuertes iban ya por delante de nosotros. Bajando todo eran ánimos por parte de la gente que aun subía, pero al ser menos el número de personas que bajaban, solamente había una fila para ir bajando de uno en uno, lo que nos hacía a Pablo y a mi ir muy pegados para que al encontrar un hueco entre la gente que subía, poder ganar posiciones. Así hasta que me di el primer susto al dar un traspié y casi caerme, lo que me hizo aguantar un poco hasta que la cosa se despejara. Había un punto en el que el camino de bajada era distinto al de subida, por lo que ya teníamos libertad absoluta en cuanto a elegir nuestro ritmo. Seguíamos ganado posiciones, aunque la cabeza de carrera estaba muy lejos y ese no era nuestro objetivo. Por fin terminamos la bajada del San Julián y teníamos que recorrer la muralla de Carlos III. Desde la salida del descenso, hasta el carril bici, tuvimos que ir por carretera, donde los militares estuvieron mejor imposible. Estaban atentos a nuestra llegada y paraban el tráfico con antelación para no interrumpir el ritmo de carrera. En ese punto, mire el pulsómetro y, aunque me sentía físicamente bien, el pulsómetro no decía lo mismo de mi corazón así que le dije a Pablo que bajaría el ritmo, y él se fue acomodando a mi ritmo, por cortesía. Recorremos la muralla y poco a poco íbamos subiendo; era un desnivel despreciable pero acumulable. Pronto llegó la subida de verdad al castillo, corta pero pronunciada. Ahí desistí y le dije a Pablo que no fuera tonto, que él tirara y así hizo. Yo seguí andando rápido y corriendo, alternando. Me crucé con un chico que llevaba también dorsales de nuestra categoría por lo que eché a correr y le adelante. Cuando me aseguré unos metros bajé el ritmo, pero entonces él se percató e intentó pillarme. Al final, a la llegada a la cima, con sellado y avituallamiento, me encontré con Pablo que estaba esperándome. Me “estrujé” un zumo de piña y para no perder tiempo seguimos la carrera, pues faltaban pocos metros. La única precaución hasta la meta fueron los escalones, parecían estar puestos a cosa hecha. Las piernas respondían poco y los escalones se hacían eternos, pero después de la bajada del castillo y de un pequeño recorrido urbano, llegamos a la última esquina, acelerando el ritmo, con la esperanza de hacer una buena posición. Cuál fue nuestra sorpresa, que al girar, el speaker de la carrera dijo: “y aquí llegan el segundo y tercer clasificado de la categoría juvenil…” se me pusieron los pelos de punta, por un momento se me olvidó todo el cansancio, solo quería saltar, reír, correr y gritar. La cara de Pablo y la mía no podían estar más llenas de felicidad. Para mí, fue un momento único, y espero que para Pablo también. A la entrada a la meta, tres o cuatro militares nos ponían el ultimo sello y paraban el cronómetro en 1h 36 min 36 seg para ambos. Pablo podía haberla hecho en menos de ese tiempo, pero decidió esperarme en el último castillo. Por si fuera poco, a mi me dieron el segundo puesto y a él, el tercero (creo que por orden de dorsales). En ese momento no recapacité sobre ese tema, y no le di mayor importancia. Hoy, me remuerde la conciencia, pero creo que Pablo, que es un ejemplo a seguir, no guarda rencor, o eso quiero pensar. Al fin y al cabo, los dos fuimos con intención de acabar la carrera y en ese momento de “éxtasis” ninguno de los dos le dio mayor importancia. Para mí fue un placer las horas de entrenamiento con él, así como su acompañamiento en la carrera. Hay pocas personas como Pablo. Desde aquí, mi más sincera enhorabuena por su “poco” merecido tercer puesto y por ser como es.

Cada vez que leo esta pequeña historia que refleja una parte del día, se me pone la piel de gallina. Ha sido una de las pocas cosas que me ha marcado y que recuerdo casi a diario. No me arrepiento para nada de haberla hecho, y mucho menos de tener la compañía de Pablo. Sin él, estoy seguro que no lo habría hecho en ese tiempo, como mínimo. Es y será, un recuerdo imborrable, un suceso inolvidable, en mi memoria.

¡Hasta la próxima!

3 comentarios:

  1. u.u' soy tu primera seguidora....=)

    deberías escribir por capítulos, aumenta el suspense y la gente leera más

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  2. Bravo maestro, me ha encantado! :)

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  3. Cuál fue nuestra sorpresa, que al girar, el speaker de la carrera dijo: “y aquí llegan el segundo y tercer clasificado de la categoría juvenil…”

    Ahii.. xD es a mi a quien se me han puesto de punta despues de leerlo, tuvo que ser un shock!
    Excelecte esta primera entrada tuya ^^ Arriba los blogs solitarios =D

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