PARTE I
Con ansia esperábamos este año la carrera. Quizás demasiada. A punto incluso de quedarnos fuera de la carrera por culpa de nuestras prisas por inscribirnos el mismo día que abrieron las inscripciones, ya que hubo un error en la base de datos.
Una vez inscritos, entrenar. Entrenar y más entrenar. Por desgracia cada uno por su cuenta. Al principio sí que salimos en alguna ocasión juntos, incluso un día fuimos al relojero a entrenar juntos, pero casi que mejor no salir, pues siempre nos decepcionábamos. Estábamos hechos polvo. Ese no era el ritmo ni mucho menos, pero para ponerse en forma había que perder mucho tiempo, prácticamente todos los días, y no es precisamente el tiempo lo que nos sobraba. Aun así hacíamos lo que podíamos e intentábamos salir los máximos días posibles el máximo tiempo. Había semanas (pocas) que llegué a salir cinco días a entrenar, pero ese ritmo era muy cansado, pues no vivimos de esto.
Sin comerlo ni beberlo nos vimos a un mes escaso de la carrera, entrenando juntos por Espinardo, hablando de hacer un pequeño simulacro de la carrera, antes de esta, en un fin de semana. Y así hicimos, concretamos fecha, y una semana antes de la carrera, esperaba yo a Pablo en la estación, un viernes después de clase, para ir a mi casa.
Subidos en el autobús nos íbamos poniendo al día e íbamos planificando el fin de semana. Al llegar a mi casa, y poco después de que llegaran mis padres, salimos a cenar fuera para coger fuerzas para el sábado. Al llegar de cenar, poca cosa, un rato de tele y ordenador y a la cama. El sábado por la mañana, bien temprano nos despertamos, desayunamos y fuimos a correr. Fueron buenas sensaciones, pero tan solo hicimos parte de la carrera. Había mucha gente entrenando por la zona y se empezaba a notar ya el ambiente de la carrera. Los caminos estaban limpios y algunos senderos estaban ya señalizados. Hicimos unos cuantos kilómetros del recorrido y tras diversos problemas estomacales de Pablo, vuelta para casa, ya que no nos jugábamos nada y dábamos por satisfecha la mañana. Al final salieron unas 3 horas y poco corriendo, no estaba mal. Con este tiempo montábamos nuestras expectativas para la carrera. Falsas expectativas.
Sin más, nos plantábamos en la recta final. Última semana antes de la carrera. Lo que no hubiésemos hecho hasta ese momento ya nada se podía hacer. Mi decisión fue salir a mitad de semana, el martes creo recordar, una hora y media de subida para mantener y no bajar mucho de forma. Ese jueves fui para Murcia. Vaya día, mejor no acordarse. Lo único bueno fue ver a Pablo y hablar con el por la noche, ya que me tenía que entregar los papeles para recoger el dorsal al día siguiente. De esta manera, a la mañana siguiente, con un cabreo del quince, coche a las 8 de la mañana y para Cartagena, que había clase de 9 a 13 de la mañana. No iba a ser yo quien aguantara tal pastel tras un jueves un tanto nostálgico. A las 10.45 dije basta, mi cabeza no aguantaba más. Estaba en mi mundo, aislado. Así que decidí ir a relajarme a un banco en un parque mirando al mar. Nunca viene de más coger un respiro a tiempo. Tras este momento necesitado, me acerqué al puerto a recoger los dorsales de Pablo y mío. El dispositivo desplegado, al igual que el año pasado, impresionante. Militares y casetas por todos los lados, carteles indicativos de todo lo habido y por haber, la tele grabando, la gente mirando y dando ánimos, y así un largo etc.
Recogí el dorsal en la caseta correspondiente y luego las bolsas del corredor. Al llegar al coche, no tenía ni ganas de mirarlo. Mis ánimos podían conmigo. Así que sin pensarlo más, a Murcia de nuevo. Esa misma tarde empecé el curso de socorrismo acuático y tuve las pruebas de acceso. Así que por la noche, conversación telefónica con Pablo para acordar la hora de quedada y a la cama, que teníamos que descansar pues nos esperaría un duro día.
A la mañana siguiente, a las 6.30 en la puerta de la escuela de idiomas recogimos a Pablo y pusimos rumbo a Cartagena. Cada coche que nos adelantaba iba a la carrera.
Era aun de noche, por lo que descansé cerrando los ojos. A la llegada, otra vez más, un dispositivo impresionante por parte de los militares. Era imposible entrar sin que te sellaran la entrada (imprescindible para correr la carrera). Así que entramos, con nuestro sello ya puesto y nos buscamos un hueco cómodo para calentar y disipar dudas y nervios antes de la carrera. De lejos, vimos a María y la llamamos, ya que vino a vernos en la salida. Estuvimos hablando con ella, nos echamos un par de fotos y sin más, empezó por megafonía el acto para el inicio de la carrera. Personalmente, no estaba nervioso, seguía teniendo la cabeza en mi mundo (quien me conozca no se sorprenderá mucho al leer esto).
Eran las 08.00 y dieron el cañonazo de salida. Impresionante el día que nos quedaba por delante, 51 km de disfrute en menos de 12 horas, haciendo lo que más nos gusta.
Empezamos a correr, a un ritmo suave, pero avanzando más de lo esperado. Poco a poco íbamos juntándonos con la gente que iba a correrla, pues había una gran parte que se la tomaba con calma y prefería empezar andando. Adelantábamos gente de todo tipo: chavales con el dorsal de la prueba juvenil (qué recuerdos…), gente que corría con el perro, ciclistas que merodeaban la zona, fotógrafos, etc.
Y así llegamos a la primera subida. El calvario.
A la subida, altos cargos militares dando ánimo, algunos de ellos eran los que nos dieron los trofeos el año pasado. Empezamos a subir y en cuanto vimos que la inclinación era considerable, nos pusimos a andar, pero a un ritmo muy rápido. Poca gente corría entonces.
Al llegar arriba, sellado de la cartilla, un avituallamiento rápido de fruta y agua, un par de fotos en la cima, y para abajo. Trotando suave, sin forzar y relajando, llegamos a la base otra vez y continuamos hacia el segundo avituallamiento. Íbamos perfectos, más no podíamos pedir. Pulsaciones en su sitio, sensación de cansancio cero y progresando a un ritmo constante. Tan solo un trozo de plátano y un vaso de agua con sabor a limón para seguir corriendo. Pablo prefirió naranja, creo recordar.
A escasos metros del avituallamiento, la subida al San Julián.
Este año la organización decidió hacerla por un sendero (a mi gusto bastante complicado y peligroso) para que no se juntaran los que subían con los que bajaban. Si mirábamos hacia arriba, una inmensa serpiente humana de colores ascendía a un ritmo de vértigo, pero si mirabas hacia detrás, te dabas cuenta que tú formabas parte de esa serpiente y que estabas en la cabeza prácticamente, pues por detrás era inmensamente grande la fila de personas que veíamos. Se nos perdía la vista y no se veía el último participante, y eso es algo que te da ánimos. Tras algún arañazo que otro, junto con varios tropezones, llegábamos a la cima del segundo monte, el San Julián. Otra vez a sacar la cartilla para sellar y un pequeño avituallamiento. Realmente íbamos bien. Llevábamos tiempos de 30 min de subida por monte, algo que no esperábamos, la verdad. La bajada de este monte fue algo más fácil, pues ya nos conocíamos bien el camino y no nos pillaba por sorpresa.
Nos esperaba un largo enlace hasta el castillo de La Concepción. No sin antes pasar por la puerta de mi universidad (como cosa significativa).
La subida a la concepción rápida y sin mayores consecuencias, era otra de las subidas que también conocíamos bien. Al llegar arriba, veteranos de mi carrera que participaban como voluntarios, nos sellaron amablemente la cartilla. Pablo necesitaba ir al aseo así que yo aproveché en cambiarme de calcetines, pues empezaba a notar ampollas. Qué asco de pies. Si lo llego a saber no me quito los calcetines, todo hay que decirlo. Las venas se me querían salir, las tiritas no aguantaron, mi uña iba roja, medio morada. Así que sin mirar mucho, me los quité, me cambié y me fui a pelo, sin ningún vendaje en el pie (con dos cojo…). Al bajar del castillo de La Concepción (el de los patos a partir de ahora, que se me hace raro) íbamos dirección ayuntamiento. Allí, María nos esperaba otra vez dando ánimos. La piel de gallina que se nos puso al verla. Siempre hay gente animando, pero cuando ves a una persona conocida que te anima, esos ánimos valen por mil, es inexplicable. Desde aquí, otra vez darle mil gracias por ir ese día, aunque ya se las dimos cada uno en su momento.