domingo, 5 de junio de 2011

PARTE II

Y bueno, nos plantábamos ya con media carrera hecha. Pero no valía hacer la regla de 3 de si llevamos 3 horas en otras 3 terminamos, ya que quedaba lo peor. Y cuando digo lo peor me refiero a que quedaba lo indeseable. Para empezar, un más que largo enlace hasta la base del siguiente pico. Pero largo, eterno, insoportable. Ahora sí, empezábamos a sufrir y no poco. Las rectas kilométricas eran eternas. Al menos, íbamos adelantando a gente.

Con el puerto de Cartagena a nuestra izquierda y escuchando la megafonía de la carrera, empezábamos a subir otro pico más. La Algameca. Zona militar cerrada al paso de personas durante todos los días y abierta excepcionalmente para la carrera, por lo que era zona desconocida. Subida suave andando a ritmo alto y tragando mosquitos. Era una barbaridad las nubes de mosquitos que había en el camino. Le comentaba a Pablo que al bajar íbamos a pasarlo un poco mal, ya que si corríamos íbamos a tomar un buen atracón de insectos. Y así fue. Tras sellar nuestra correspondiente cartilla, empezamos a bajar al trote comiendo dulces mosquitos. Pero al poco tiempo, primer contratiempo, Pablo se cansaba más corriendo que andando, aparentemente ilógico, ¿no? Íbamos bajando. Aun así, es lógico. Para bajar inclinaciones tan pronunciadas, o le pillas el ritmo o gastas más energía frenando que otra cosa. De esta manera, empezamos a andar, así relajábamos un poco las piernas.

Íbamos ya por las 4 horas largas cuando nos plantamos en lo alto del siguiente monte. Aquí sí que decidimos parar, no más de 10 min. Era un punto clave, teníamos comida sólida, diversos sándwich, galletas, zumos, frutos secos y frutas a nuestra disposición. Comimos lo que pillamos, pero en esos momentos, tu estómago es incapaz de digerir nada. Suficiente trabajo tiene con regular tu cuerpo, como para que le metas más trabajo. Por mi parte, un par de mordiscos a un sándwich, un zumo y una galleta de chocolate y pa’lante.

Solo de pensar lo que viene ahora me agobio. No sé cómo expresarlo.

Quedaba el infierno, el mismísimo infierno. Vamos, lo que viene ser La Atalaya y El Roldán. Dos montes que resuenan en la cabeza de cualquier ciclista/corredor de la zona de Cartagena por su dureza. El primero, una subida de apenas 2 km, pero una inclinación de las que te dan ganas de darte la vuelta. Cada vez que he ido con la bici, tengo la sensación de que la rueda de delante se levantar. El segundo, largo y duro como él solo. Es mi segunda casa, me lo conozco de pe a pa. Tengo el recorrido en mi cabeza, todos mis entrenamientos han sido allí. Tengo los saltos de la bici situados perfectamente en mi cabeza, todas las piedras, todas las zanjas, todos los senderos, todo. Guardo buenos y malos momentos. Allí perdí el conocimiento con la bici en uno de los descensos. La confianza juega a veces malas pasadas. Pero este día no era para confiarse, ambos sabíamos lo que nos quedaba.

Antes de ir hacia estos montes había que hacer, como no, un largo enlace en llano. Pasamos por el cuartel de la policía, por la orilla de la rambla, para llegar al Cartagonova, donde había un punto clave. Se necesitaba un sitio así. Había música muy alta para motivar, gente aplaudiendo, pancartas avisando de los últimos 15 km, avituallamiento, buen ambiente en general. Cogí un isotónica y seguimos, pues Pablo prefirió no tomar nada. Camino a la Atalaya, pablo insistía como nunca en que me fuera yo, que le tirara porque el ya no podía más. Le había pasado factura lo que llevábamos a la espalda. Pero esta carrera no era para ganarla. Ya lo puse en una entrada de tuenti hace mucho tiempo. Mi objetivo era acabarla, y acabarla junto a ese energúmeno que me acompaña siempre en todo. Así que no iba a dejarle solo ni mucho menos. Cuando yo he necesitado apoyo el me lo ha dado, ahora, por desgracia, se habían cambiado los papeles, pero no por ello iba a dejarle.

Tiramos poco a poco y con mucha rabia hasta la subida de la atalaya. Empezamos a subir.

Si ya de por si os he dicho que la subida es criminal, qué mejor que hacer la subida campo a través. Y así fue como la organización decidió de hacerla. No tengo palabras para expresarlo, y eso que ya han pasado 2 meses. Pablo me dijo que le tirara y yo tuve que hacerle caso, a muy pesar mío, pues ese ritmo a mi me embajonaba. No obstante tenía claro que sin ver a pablo arriba yo no iba a bajar de allí. Y así hice, le tiré con toda la rabia que tenía guardada para el final de carrera. No sé de donde pude sacar las fuerzas. Mi cabeza acumulaba mucha ira. Le tiré como si estuviese recién incorporado a la carrera, sin llevar los 30 y tanto km que llevábamos. Al trote iba subiendo, adelantando y dando ánimos a todos y cada uno que me encontraba. La gente los necesitaba en ese momento. Al llegar arriba, no me lo creía ni yo, había batido records. Subí en poco más de 8 minutos, un auténtico disparate. Miré hacia abajo y no veía a pablo subir, pero sabía que llegaría. La espera fue larga en cuanto a que se me hizo muy pesada. No es de mucho agrado ver como la gente se desplomaba delante de mi del cansancio, como pedían agua desesperadamente, como lloraban porque tenían que abandonar, como no daban abasto los chicos de protección civil, etc. En cambio yo, ayudaba a todos dándole la mano a subir el último escalón de subida mientras buscaba con la mirada perdida a pablo. Por fin lo vi aparecer y cuando fui a darle la mano, no la quiso. Eso me alegró, síntomas de que no iba demasiado mal. Sellamos y bajamos tan pronto como pudimos, pero otra vez mas, Pablo prefirió bajar andando para no cargar músculo y cansarse. Yo, sin embargo, le esperé abajo. No podía parar de correr. Mi cuerpo tenía una fuerza extra guardada que no sabía de ella. Me uní a un grupo de 3 personas de Cádiz que bajaban a un ritmo rápido e iban contando chistes. ¿Qué más se le puede pedir? En cinco minutos estaba abajo y me puse a darme un ligero masaje en la planta de los pies mientras esperaba a Pablo. También aproveché para tomar unas galletas y echarme agua por todo el cuerpo. El calor apretaba cada vez más.

Cuando vi venir a Pablo me puse rápidamente el calzado y salimos hacia el roldan. Por fin el último asalto.

Pablo no podía con su alma y yo no podía ir a su ritmo pues para mí me cansaba más (psicológicamente hablando) así que después de decir muchas veces que no, que no me iba, tuve que decirle a pablo que iba a tirarle en los últimos kilómetros sin él. Quizás no sea la decisión que más me ha gustado tomar en mi vida, de hecho me lo pensé mucho y Pablo me tuvo que insistir mucho, pero aun así, me sigue remordiendo la conciencia.

De esta manera, en el kilómetro 40 nos hicimos la foto de despedida (foto tuenti) y yo le tiré para agotar todas mis fuerzas. Era un ahora o nunca. Quedaban “solo” 11 km. El primer obstáculo era la subida a Tentegorra; dos kilómetros con un desnivel considerable que habitualmente los hago en 8 minutos cuando salgo a entrenar. Esta vez lo hice en 11. Increíble.

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