domingo, 5 de junio de 2011

PARTE III

Y ahora sí, me planté en la base del temido (para muchos) Roldán. Por dentro tenía la sensación de tener todo hecho, pues me quedaba la parte donde más disfrutaba. Pero quien me iba a decir a mí que mi segunda casa me jugaría, una vez más, una mala pasada. Al principio iba bien, al trote subiendo. Pero empezaron a darme calambres en la pierna derecha que me cogían desde el tobillo hasta los glúteos. De vez en cuando se me saltaban las lágrimas del dolor, pero bueno, no era momento de llorar. La gente me dejaba paso viendo el ritmo que llevaba. Me planté en el mirador en tan solo 25 minutos, algo realmente excepcional. Allí, me paré 2 min de reloj antes de comenzar la subida al castillo. Un militar me miraba y me preguntaba constantemente si necesitaba algo, no quiero ni pensar la cara que tendría yo en ese momento. Las lágrimas se me confundían con el sudor. Me sentía solo y eso que estaba rodeado de gente.

Quedaba un último empujón, bueno mejor dicho, un penúltimo empujón. Empecé poco a poco, paso tras paso, a subir hasta la cima. Eso era un suicidio. En momentos así te vienen a la cabeza preguntas como ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo puede ser que lleve 40 y tantos km a la espalda, estamos locos?

Sea cual sea la respuesta, en ese momento nada lo ves positivo. Siempre te vienes abajo.

Pero como en todo en esta vida, hay excepciones y en ese momento borré todas las dudas de mi mente y solo me concentraba en mover un pie después del otro, pasos cortos y rápidos que me hacían avanzar a un ritmo verdaderamente bueno. Un militar de los muchos que participaban en la prueba se unió a mi ritmo y se volvió durante los últimos 500 metros de subida mi sombra. Nos dábamos ánimos mutuamente. No podía llegar a imaginar que estaba delante de un infante de marina y tirando de él. Eso daba más fuerzas aun, pero al llegar arriba cuál fue nuestra sorpresa que no teníamos, en el punto de avituallamiento, agua ni nada para tomar. La situación era: 49 km a nuestras espaldas, en la mochila no me quedaba absolutamente nada, ni plátanos ni agua, y al llegar a la ultima cima, sobre las 14.30 de al medio día, ni una gota de agua para llevarse a la boca. Tan solo me remití a sellar la cartilla y a preguntar a los militares de la organización. Amablemente, nos dijeron que estaban subiéndola en un camión, así que tenía que “perder” tiempo para esperar el agua. No me lo pensé dos veces y empecé a caminar en busca del camión hasta que lo encontré. Me dieron una botella de la cual pegue dos tragos, me refresqué la cara y el resto salí corriendo para dársela al militar que me acompañó en la subida.

Mientras esperaba arriba a que me bajaran las pulsaciones, me daban escalofríos por todo el cuerpo. Aproveche el parón para enviar un sms a mi madre: “Solo me queda bajar.”

Y eso hice, bajar, bajar como una cabra. Sería capaz de bajar con los ojos vendados, me sé el camino de memoria.

Por fin me planté en la base del monte y tan solo me quedaba 1 km. 1 km que yo creo que la organización se equivocó y no era 1 km. Eso, o que a mí se me hizo eterno.

Empecé a bajar y oía ansiosamente la megafonía de la línea de meta. No paraba de entrar gente a meta. Se oían aplausos, gritos. Era uno de los momentos más esperados personalmente. Estar ahí significaba mucho. Todo lo que he dejado atrás corriendo ha sido muy fuerte. Sabía que iba a pasar, sabía que en ese momento lloraría como un niño pequeño. La gente me preguntaba si necesitaba algo. No podía ni responderle, solo hacía con la cabeza que no. Era un poco duro el pensar que después de 51 km llegaras a la meta, tu vida seguirá igual, a nadie le importará eso, nadie te espera en la meta, tu padre está fuera de España, tu hermana en Murcia, tu madre por ahí con el coche intentando aparcar y, por si fuera poco, tu mejor amigo, por detrás. No sabes de donde sacar fuerzas para tirar cuando un militar te dice: “animo campeón que solo te quedan 500 metros”. Miras al cielo y esperas que la persona que te abandonó te de fuerzas desde allí, quizás busques en el pasado y esa persona tan especial con la que has pasado muchos buenos momentos te de fuerzas, pero no, esta última no dio fuerzas. En ese momento pensé en pablo, en mis amigos de verdad, en mi familia y tiré como pude, renqueando con los calambres que se apoderaban de mis dos piernas, con mis escalofríos que me recorrían el cuerpo, con las manos dormidas por falta de circulación de sangre y por todo mi cuerpo, al que sentía que tenía que agradecerle estar allí. Tuve el valor de hacer un spring final para llegar a meta y parar el tiempo en 7h 24 min 57 seg. Una ovación a la entrada me sirvió para no hundirme más psicológicamente. Bueno, eso junto con el apretón de manos de un militar mientras me ponía la medalla diciéndome: “enhorabuena chaval, lo has conseguido”

Le apreté la mano como nunca la he apretado a nadie.

Ya solo quedaba esperar a pablo, así que fui a recoger mi dorsal y a comer mientras venía. Después de tomar unos macarrones, sin hambre de más, me fui al coche con mi madre. Allí no aguanté y una vez más me vine abajo. Intenté disimularlo, pero son madres, tarde o temprano acabaría viéndome, así que empezó el cuestionario:” ¿Por qué estas así? ¿Qué te pasa? ¿Estás mal? Ya lo has conseguido, es lo que querías. No todo el mundo puede decir eso.”

Mi mente no podía dejar de pensar en todo lo que había dejado atrás, incluyendo a pablo. 50 km dan para mucho. 7 horas 24 min dan para mucho, para muchos pensamientos. Para recordar la escena de la gente cayendo en la atalaya desplomada al suelo. No podía contener las lágrimas, estaba orgulloso de haber hecho lo que había hecho ese día.

Y mayor satisfacción fue ver a Pablo como entraba al recinto militar donde estaba la meta. Él consiguió parar el crono en 8 horas 04 min 57 seg (casualmente, cuarenta minutos más, ¡exactos!). Todo un campeón, como siempre.

Cuando llegó al coche, mediamos pocas palabras. Apenas comentamos la carrera por encima mientras poníamos rumbo a Murcia. Por el camino me quedé, como no, durmiendo, así que a la llegada a Murcia le dije a Pablo que luego le llamaría y quedaríamos para hablar de la carrera. Y así fue, quedamos para, dos días más tarde, comentarla, esta vez con tranquilidad.

Otro año más, esta ruta ha conseguido hacerse un hueco más grande dentro de nosotros. Es muy significativa para nosotros; quizás por nuestro pódium del año pasado, quizás porque es muy dura o quizás porque, simplemente, es única. Lo que está muy claro es que el año que viene, si nada nos lo impide, volveremos a estar ahí, a las 08.00 de la mañana, en la Plaza Héroes de Cavite, para tomar la salida de estos 51 km de la ruta que, como su nombre indica, te fortalecen como persona.

Algunos datos técnicos de interés de la ruta:

Distancia: 51Km.

Tiempo límite: 12 horas

Desnivel acumulado: 3.540 m

Desnivel positivo: 1.795 m

Desnivel negativo: 1.745 m

Desnivel medio: 85 m

Pendiente máxima: +39.6% / ‐39%

Pendiente media: +6.5% / ‐6.2%

Altitud mínima: 1 (Espalmador)

Altitud máxima: 470m (Km. 45.9, Batería del Roldán)

Altitud salida: 2m (Héroes de Cavite)

Altitud meta: 52m (Escuela Infantería de

Marina)

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