domingo, 5 de junio de 2011

PARTE I

Con ansia esperábamos este año la carrera. Quizás demasiada. A punto incluso de quedarnos fuera de la carrera por culpa de nuestras prisas por inscribirnos el mismo día que abrieron las inscripciones, ya que hubo un error en la base de datos.

Una vez inscritos, entrenar. Entrenar y más entrenar. Por desgracia cada uno por su cuenta. Al principio sí que salimos en alguna ocasión juntos, incluso un día fuimos al relojero a entrenar juntos, pero casi que mejor no salir, pues siempre nos decepcionábamos. Estábamos hechos polvo. Ese no era el ritmo ni mucho menos, pero para ponerse en forma había que perder mucho tiempo, prácticamente todos los días, y no es precisamente el tiempo lo que nos sobraba. Aun así hacíamos lo que podíamos e intentábamos salir los máximos días posibles el máximo tiempo. Había semanas (pocas) que llegué a salir cinco días a entrenar, pero ese ritmo era muy cansado, pues no vivimos de esto.

Sin comerlo ni beberlo nos vimos a un mes escaso de la carrera, entrenando juntos por Espinardo, hablando de hacer un pequeño simulacro de la carrera, antes de esta, en un fin de semana. Y así hicimos, concretamos fecha, y una semana antes de la carrera, esperaba yo a Pablo en la estación, un viernes después de clase, para ir a mi casa.

Subidos en el autobús nos íbamos poniendo al día e íbamos planificando el fin de semana. Al llegar a mi casa, y poco después de que llegaran mis padres, salimos a cenar fuera para coger fuerzas para el sábado. Al llegar de cenar, poca cosa, un rato de tele y ordenador y a la cama. El sábado por la mañana, bien temprano nos despertamos, desayunamos y fuimos a correr. Fueron buenas sensaciones, pero tan solo hicimos parte de la carrera. Había mucha gente entrenando por la zona y se empezaba a notar ya el ambiente de la carrera. Los caminos estaban limpios y algunos senderos estaban ya señalizados. Hicimos unos cuantos kilómetros del recorrido y tras diversos problemas estomacales de Pablo, vuelta para casa, ya que no nos jugábamos nada y dábamos por satisfecha la mañana. Al final salieron unas 3 horas y poco corriendo, no estaba mal. Con este tiempo montábamos nuestras expectativas para la carrera. Falsas expectativas.

Sin más, nos plantábamos en la recta final. Última semana antes de la carrera. Lo que no hubiésemos hecho hasta ese momento ya nada se podía hacer. Mi decisión fue salir a mitad de semana, el martes creo recordar, una hora y media de subida para mantener y no bajar mucho de forma. Ese jueves fui para Murcia. Vaya día, mejor no acordarse. Lo único bueno fue ver a Pablo y hablar con el por la noche, ya que me tenía que entregar los papeles para recoger el dorsal al día siguiente. De esta manera, a la mañana siguiente, con un cabreo del quince, coche a las 8 de la mañana y para Cartagena, que había clase de 9 a 13 de la mañana. No iba a ser yo quien aguantara tal pastel tras un jueves un tanto nostálgico. A las 10.45 dije basta, mi cabeza no aguantaba más. Estaba en mi mundo, aislado. Así que decidí ir a relajarme a un banco en un parque mirando al mar. Nunca viene de más coger un respiro a tiempo. Tras este momento necesitado, me acerqué al puerto a recoger los dorsales de Pablo y mío. El dispositivo desplegado, al igual que el año pasado, impresionante. Militares y casetas por todos los lados, carteles indicativos de todo lo habido y por haber, la tele grabando, la gente mirando y dando ánimos, y así un largo etc.

Recogí el dorsal en la caseta correspondiente y luego las bolsas del corredor. Al llegar al coche, no tenía ni ganas de mirarlo. Mis ánimos podían conmigo. Así que sin pensarlo más, a Murcia de nuevo. Esa misma tarde empecé el curso de socorrismo acuático y tuve las pruebas de acceso. Así que por la noche, conversación telefónica con Pablo para acordar la hora de quedada y a la cama, que teníamos que descansar pues nos esperaría un duro día.

A la mañana siguiente, a las 6.30 en la puerta de la escuela de idiomas recogimos a Pablo y pusimos rumbo a Cartagena. Cada coche que nos adelantaba iba a la carrera.

Era aun de noche, por lo que descansé cerrando los ojos. A la llegada, otra vez más, un dispositivo impresionante por parte de los militares. Era imposible entrar sin que te sellaran la entrada (imprescindible para correr la carrera). Así que entramos, con nuestro sello ya puesto y nos buscamos un hueco cómodo para calentar y disipar dudas y nervios antes de la carrera. De lejos, vimos a María y la llamamos, ya que vino a vernos en la salida. Estuvimos hablando con ella, nos echamos un par de fotos y sin más, empezó por megafonía el acto para el inicio de la carrera. Personalmente, no estaba nervioso, seguía teniendo la cabeza en mi mundo (quien me conozca no se sorprenderá mucho al leer esto).

Eran las 08.00 y dieron el cañonazo de salida. Impresionante el día que nos quedaba por delante, 51 km de disfrute en menos de 12 horas, haciendo lo que más nos gusta.

Empezamos a correr, a un ritmo suave, pero avanzando más de lo esperado. Poco a poco íbamos juntándonos con la gente que iba a correrla, pues había una gran parte que se la tomaba con calma y prefería empezar andando. Adelantábamos gente de todo tipo: chavales con el dorsal de la prueba juvenil (qué recuerdos…), gente que corría con el perro, ciclistas que merodeaban la zona, fotógrafos, etc.

Y así llegamos a la primera subida. El calvario.

A la subida, altos cargos militares dando ánimo, algunos de ellos eran los que nos dieron los trofeos el año pasado. Empezamos a subir y en cuanto vimos que la inclinación era considerable, nos pusimos a andar, pero a un ritmo muy rápido. Poca gente corría entonces.

Al llegar arriba, sellado de la cartilla, un avituallamiento rápido de fruta y agua, un par de fotos en la cima, y para abajo. Trotando suave, sin forzar y relajando, llegamos a la base otra vez y continuamos hacia el segundo avituallamiento. Íbamos perfectos, más no podíamos pedir. Pulsaciones en su sitio, sensación de cansancio cero y progresando a un ritmo constante. Tan solo un trozo de plátano y un vaso de agua con sabor a limón para seguir corriendo. Pablo prefirió naranja, creo recordar.

A escasos metros del avituallamiento, la subida al San Julián.

Este año la organización decidió hacerla por un sendero (a mi gusto bastante complicado y peligroso) para que no se juntaran los que subían con los que bajaban. Si mirábamos hacia arriba, una inmensa serpiente humana de colores ascendía a un ritmo de vértigo, pero si mirabas hacia detrás, te dabas cuenta que tú formabas parte de esa serpiente y que estabas en la cabeza prácticamente, pues por detrás era inmensamente grande la fila de personas que veíamos. Se nos perdía la vista y no se veía el último participante, y eso es algo que te da ánimos. Tras algún arañazo que otro, junto con varios tropezones, llegábamos a la cima del segundo monte, el San Julián. Otra vez a sacar la cartilla para sellar y un pequeño avituallamiento. Realmente íbamos bien. Llevábamos tiempos de 30 min de subida por monte, algo que no esperábamos, la verdad. La bajada de este monte fue algo más fácil, pues ya nos conocíamos bien el camino y no nos pillaba por sorpresa.

Nos esperaba un largo enlace hasta el castillo de La Concepción. No sin antes pasar por la puerta de mi universidad (como cosa significativa).

La subida a la concepción rápida y sin mayores consecuencias, era otra de las subidas que también conocíamos bien. Al llegar arriba, veteranos de mi carrera que participaban como voluntarios, nos sellaron amablemente la cartilla. Pablo necesitaba ir al aseo así que yo aproveché en cambiarme de calcetines, pues empezaba a notar ampollas. Qué asco de pies. Si lo llego a saber no me quito los calcetines, todo hay que decirlo. Las venas se me querían salir, las tiritas no aguantaron, mi uña iba roja, medio morada. Así que sin mirar mucho, me los quité, me cambié y me fui a pelo, sin ningún vendaje en el pie (con dos cojo…). Al bajar del castillo de La Concepción (el de los patos a partir de ahora, que se me hace raro) íbamos dirección ayuntamiento. Allí, María nos esperaba otra vez dando ánimos. La piel de gallina que se nos puso al verla. Siempre hay gente animando, pero cuando ves a una persona conocida que te anima, esos ánimos valen por mil, es inexplicable. Desde aquí, otra vez darle mil gracias por ir ese día, aunque ya se las dimos cada uno en su momento.

PARTE II

Y bueno, nos plantábamos ya con media carrera hecha. Pero no valía hacer la regla de 3 de si llevamos 3 horas en otras 3 terminamos, ya que quedaba lo peor. Y cuando digo lo peor me refiero a que quedaba lo indeseable. Para empezar, un más que largo enlace hasta la base del siguiente pico. Pero largo, eterno, insoportable. Ahora sí, empezábamos a sufrir y no poco. Las rectas kilométricas eran eternas. Al menos, íbamos adelantando a gente.

Con el puerto de Cartagena a nuestra izquierda y escuchando la megafonía de la carrera, empezábamos a subir otro pico más. La Algameca. Zona militar cerrada al paso de personas durante todos los días y abierta excepcionalmente para la carrera, por lo que era zona desconocida. Subida suave andando a ritmo alto y tragando mosquitos. Era una barbaridad las nubes de mosquitos que había en el camino. Le comentaba a Pablo que al bajar íbamos a pasarlo un poco mal, ya que si corríamos íbamos a tomar un buen atracón de insectos. Y así fue. Tras sellar nuestra correspondiente cartilla, empezamos a bajar al trote comiendo dulces mosquitos. Pero al poco tiempo, primer contratiempo, Pablo se cansaba más corriendo que andando, aparentemente ilógico, ¿no? Íbamos bajando. Aun así, es lógico. Para bajar inclinaciones tan pronunciadas, o le pillas el ritmo o gastas más energía frenando que otra cosa. De esta manera, empezamos a andar, así relajábamos un poco las piernas.

Íbamos ya por las 4 horas largas cuando nos plantamos en lo alto del siguiente monte. Aquí sí que decidimos parar, no más de 10 min. Era un punto clave, teníamos comida sólida, diversos sándwich, galletas, zumos, frutos secos y frutas a nuestra disposición. Comimos lo que pillamos, pero en esos momentos, tu estómago es incapaz de digerir nada. Suficiente trabajo tiene con regular tu cuerpo, como para que le metas más trabajo. Por mi parte, un par de mordiscos a un sándwich, un zumo y una galleta de chocolate y pa’lante.

Solo de pensar lo que viene ahora me agobio. No sé cómo expresarlo.

Quedaba el infierno, el mismísimo infierno. Vamos, lo que viene ser La Atalaya y El Roldán. Dos montes que resuenan en la cabeza de cualquier ciclista/corredor de la zona de Cartagena por su dureza. El primero, una subida de apenas 2 km, pero una inclinación de las que te dan ganas de darte la vuelta. Cada vez que he ido con la bici, tengo la sensación de que la rueda de delante se levantar. El segundo, largo y duro como él solo. Es mi segunda casa, me lo conozco de pe a pa. Tengo el recorrido en mi cabeza, todos mis entrenamientos han sido allí. Tengo los saltos de la bici situados perfectamente en mi cabeza, todas las piedras, todas las zanjas, todos los senderos, todo. Guardo buenos y malos momentos. Allí perdí el conocimiento con la bici en uno de los descensos. La confianza juega a veces malas pasadas. Pero este día no era para confiarse, ambos sabíamos lo que nos quedaba.

Antes de ir hacia estos montes había que hacer, como no, un largo enlace en llano. Pasamos por el cuartel de la policía, por la orilla de la rambla, para llegar al Cartagonova, donde había un punto clave. Se necesitaba un sitio así. Había música muy alta para motivar, gente aplaudiendo, pancartas avisando de los últimos 15 km, avituallamiento, buen ambiente en general. Cogí un isotónica y seguimos, pues Pablo prefirió no tomar nada. Camino a la Atalaya, pablo insistía como nunca en que me fuera yo, que le tirara porque el ya no podía más. Le había pasado factura lo que llevábamos a la espalda. Pero esta carrera no era para ganarla. Ya lo puse en una entrada de tuenti hace mucho tiempo. Mi objetivo era acabarla, y acabarla junto a ese energúmeno que me acompaña siempre en todo. Así que no iba a dejarle solo ni mucho menos. Cuando yo he necesitado apoyo el me lo ha dado, ahora, por desgracia, se habían cambiado los papeles, pero no por ello iba a dejarle.

Tiramos poco a poco y con mucha rabia hasta la subida de la atalaya. Empezamos a subir.

Si ya de por si os he dicho que la subida es criminal, qué mejor que hacer la subida campo a través. Y así fue como la organización decidió de hacerla. No tengo palabras para expresarlo, y eso que ya han pasado 2 meses. Pablo me dijo que le tirara y yo tuve que hacerle caso, a muy pesar mío, pues ese ritmo a mi me embajonaba. No obstante tenía claro que sin ver a pablo arriba yo no iba a bajar de allí. Y así hice, le tiré con toda la rabia que tenía guardada para el final de carrera. No sé de donde pude sacar las fuerzas. Mi cabeza acumulaba mucha ira. Le tiré como si estuviese recién incorporado a la carrera, sin llevar los 30 y tanto km que llevábamos. Al trote iba subiendo, adelantando y dando ánimos a todos y cada uno que me encontraba. La gente los necesitaba en ese momento. Al llegar arriba, no me lo creía ni yo, había batido records. Subí en poco más de 8 minutos, un auténtico disparate. Miré hacia abajo y no veía a pablo subir, pero sabía que llegaría. La espera fue larga en cuanto a que se me hizo muy pesada. No es de mucho agrado ver como la gente se desplomaba delante de mi del cansancio, como pedían agua desesperadamente, como lloraban porque tenían que abandonar, como no daban abasto los chicos de protección civil, etc. En cambio yo, ayudaba a todos dándole la mano a subir el último escalón de subida mientras buscaba con la mirada perdida a pablo. Por fin lo vi aparecer y cuando fui a darle la mano, no la quiso. Eso me alegró, síntomas de que no iba demasiado mal. Sellamos y bajamos tan pronto como pudimos, pero otra vez mas, Pablo prefirió bajar andando para no cargar músculo y cansarse. Yo, sin embargo, le esperé abajo. No podía parar de correr. Mi cuerpo tenía una fuerza extra guardada que no sabía de ella. Me uní a un grupo de 3 personas de Cádiz que bajaban a un ritmo rápido e iban contando chistes. ¿Qué más se le puede pedir? En cinco minutos estaba abajo y me puse a darme un ligero masaje en la planta de los pies mientras esperaba a Pablo. También aproveché para tomar unas galletas y echarme agua por todo el cuerpo. El calor apretaba cada vez más.

Cuando vi venir a Pablo me puse rápidamente el calzado y salimos hacia el roldan. Por fin el último asalto.

Pablo no podía con su alma y yo no podía ir a su ritmo pues para mí me cansaba más (psicológicamente hablando) así que después de decir muchas veces que no, que no me iba, tuve que decirle a pablo que iba a tirarle en los últimos kilómetros sin él. Quizás no sea la decisión que más me ha gustado tomar en mi vida, de hecho me lo pensé mucho y Pablo me tuvo que insistir mucho, pero aun así, me sigue remordiendo la conciencia.

De esta manera, en el kilómetro 40 nos hicimos la foto de despedida (foto tuenti) y yo le tiré para agotar todas mis fuerzas. Era un ahora o nunca. Quedaban “solo” 11 km. El primer obstáculo era la subida a Tentegorra; dos kilómetros con un desnivel considerable que habitualmente los hago en 8 minutos cuando salgo a entrenar. Esta vez lo hice en 11. Increíble.

PARTE III

Y ahora sí, me planté en la base del temido (para muchos) Roldán. Por dentro tenía la sensación de tener todo hecho, pues me quedaba la parte donde más disfrutaba. Pero quien me iba a decir a mí que mi segunda casa me jugaría, una vez más, una mala pasada. Al principio iba bien, al trote subiendo. Pero empezaron a darme calambres en la pierna derecha que me cogían desde el tobillo hasta los glúteos. De vez en cuando se me saltaban las lágrimas del dolor, pero bueno, no era momento de llorar. La gente me dejaba paso viendo el ritmo que llevaba. Me planté en el mirador en tan solo 25 minutos, algo realmente excepcional. Allí, me paré 2 min de reloj antes de comenzar la subida al castillo. Un militar me miraba y me preguntaba constantemente si necesitaba algo, no quiero ni pensar la cara que tendría yo en ese momento. Las lágrimas se me confundían con el sudor. Me sentía solo y eso que estaba rodeado de gente.

Quedaba un último empujón, bueno mejor dicho, un penúltimo empujón. Empecé poco a poco, paso tras paso, a subir hasta la cima. Eso era un suicidio. En momentos así te vienen a la cabeza preguntas como ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo puede ser que lleve 40 y tantos km a la espalda, estamos locos?

Sea cual sea la respuesta, en ese momento nada lo ves positivo. Siempre te vienes abajo.

Pero como en todo en esta vida, hay excepciones y en ese momento borré todas las dudas de mi mente y solo me concentraba en mover un pie después del otro, pasos cortos y rápidos que me hacían avanzar a un ritmo verdaderamente bueno. Un militar de los muchos que participaban en la prueba se unió a mi ritmo y se volvió durante los últimos 500 metros de subida mi sombra. Nos dábamos ánimos mutuamente. No podía llegar a imaginar que estaba delante de un infante de marina y tirando de él. Eso daba más fuerzas aun, pero al llegar arriba cuál fue nuestra sorpresa que no teníamos, en el punto de avituallamiento, agua ni nada para tomar. La situación era: 49 km a nuestras espaldas, en la mochila no me quedaba absolutamente nada, ni plátanos ni agua, y al llegar a la ultima cima, sobre las 14.30 de al medio día, ni una gota de agua para llevarse a la boca. Tan solo me remití a sellar la cartilla y a preguntar a los militares de la organización. Amablemente, nos dijeron que estaban subiéndola en un camión, así que tenía que “perder” tiempo para esperar el agua. No me lo pensé dos veces y empecé a caminar en busca del camión hasta que lo encontré. Me dieron una botella de la cual pegue dos tragos, me refresqué la cara y el resto salí corriendo para dársela al militar que me acompañó en la subida.

Mientras esperaba arriba a que me bajaran las pulsaciones, me daban escalofríos por todo el cuerpo. Aproveche el parón para enviar un sms a mi madre: “Solo me queda bajar.”

Y eso hice, bajar, bajar como una cabra. Sería capaz de bajar con los ojos vendados, me sé el camino de memoria.

Por fin me planté en la base del monte y tan solo me quedaba 1 km. 1 km que yo creo que la organización se equivocó y no era 1 km. Eso, o que a mí se me hizo eterno.

Empecé a bajar y oía ansiosamente la megafonía de la línea de meta. No paraba de entrar gente a meta. Se oían aplausos, gritos. Era uno de los momentos más esperados personalmente. Estar ahí significaba mucho. Todo lo que he dejado atrás corriendo ha sido muy fuerte. Sabía que iba a pasar, sabía que en ese momento lloraría como un niño pequeño. La gente me preguntaba si necesitaba algo. No podía ni responderle, solo hacía con la cabeza que no. Era un poco duro el pensar que después de 51 km llegaras a la meta, tu vida seguirá igual, a nadie le importará eso, nadie te espera en la meta, tu padre está fuera de España, tu hermana en Murcia, tu madre por ahí con el coche intentando aparcar y, por si fuera poco, tu mejor amigo, por detrás. No sabes de donde sacar fuerzas para tirar cuando un militar te dice: “animo campeón que solo te quedan 500 metros”. Miras al cielo y esperas que la persona que te abandonó te de fuerzas desde allí, quizás busques en el pasado y esa persona tan especial con la que has pasado muchos buenos momentos te de fuerzas, pero no, esta última no dio fuerzas. En ese momento pensé en pablo, en mis amigos de verdad, en mi familia y tiré como pude, renqueando con los calambres que se apoderaban de mis dos piernas, con mis escalofríos que me recorrían el cuerpo, con las manos dormidas por falta de circulación de sangre y por todo mi cuerpo, al que sentía que tenía que agradecerle estar allí. Tuve el valor de hacer un spring final para llegar a meta y parar el tiempo en 7h 24 min 57 seg. Una ovación a la entrada me sirvió para no hundirme más psicológicamente. Bueno, eso junto con el apretón de manos de un militar mientras me ponía la medalla diciéndome: “enhorabuena chaval, lo has conseguido”

Le apreté la mano como nunca la he apretado a nadie.

Ya solo quedaba esperar a pablo, así que fui a recoger mi dorsal y a comer mientras venía. Después de tomar unos macarrones, sin hambre de más, me fui al coche con mi madre. Allí no aguanté y una vez más me vine abajo. Intenté disimularlo, pero son madres, tarde o temprano acabaría viéndome, así que empezó el cuestionario:” ¿Por qué estas así? ¿Qué te pasa? ¿Estás mal? Ya lo has conseguido, es lo que querías. No todo el mundo puede decir eso.”

Mi mente no podía dejar de pensar en todo lo que había dejado atrás, incluyendo a pablo. 50 km dan para mucho. 7 horas 24 min dan para mucho, para muchos pensamientos. Para recordar la escena de la gente cayendo en la atalaya desplomada al suelo. No podía contener las lágrimas, estaba orgulloso de haber hecho lo que había hecho ese día.

Y mayor satisfacción fue ver a Pablo como entraba al recinto militar donde estaba la meta. Él consiguió parar el crono en 8 horas 04 min 57 seg (casualmente, cuarenta minutos más, ¡exactos!). Todo un campeón, como siempre.

Cuando llegó al coche, mediamos pocas palabras. Apenas comentamos la carrera por encima mientras poníamos rumbo a Murcia. Por el camino me quedé, como no, durmiendo, así que a la llegada a Murcia le dije a Pablo que luego le llamaría y quedaríamos para hablar de la carrera. Y así fue, quedamos para, dos días más tarde, comentarla, esta vez con tranquilidad.

Otro año más, esta ruta ha conseguido hacerse un hueco más grande dentro de nosotros. Es muy significativa para nosotros; quizás por nuestro pódium del año pasado, quizás porque es muy dura o quizás porque, simplemente, es única. Lo que está muy claro es que el año que viene, si nada nos lo impide, volveremos a estar ahí, a las 08.00 de la mañana, en la Plaza Héroes de Cavite, para tomar la salida de estos 51 km de la ruta que, como su nombre indica, te fortalecen como persona.

Algunos datos técnicos de interés de la ruta:

Distancia: 51Km.

Tiempo límite: 12 horas

Desnivel acumulado: 3.540 m

Desnivel positivo: 1.795 m

Desnivel negativo: 1.745 m

Desnivel medio: 85 m

Pendiente máxima: +39.6% / ‐39%

Pendiente media: +6.5% / ‐6.2%

Altitud mínima: 1 (Espalmador)

Altitud máxima: 470m (Km. 45.9, Batería del Roldán)

Altitud salida: 2m (Héroes de Cavite)

Altitud meta: 52m (Escuela Infantería de

Marina)